martes, 12 de febrero de 2013

El pastor y la estrella

El pastor y la estrella.


Era una vez un pequeño pastor que se enamoró de una estrella.
Su luz, su brillo, su escénica, el pastor se conmovía cada noche al verla y esperaba cada día al anochecer. Sentía que a ella le podía contar cualquier cosa, le confiaba sus secretos y, de alguna forma, al observarla, obtenía una inspiración reconfortante.

Un día se enfermó una de las ovejas del pastor, y tuvo que ir a la ciudad a comprar medicinas. Al llegar a la tienda lo atendieron una pareja de ancianos.

-Buenos días- Dijo el pastor amablemente.
-Buenos días-Saludó el anciano.
-Estoy buscando algo de medicina para mi oveja, ha quedado enferma.
El señor revisó a la pequeña criatura que el pastor llevaba consigo.
-¿Es usted un pastor?-Preguntó la esposa con un carisma que solo los ancianos tienen.
-Si, llevo desde que tengo memoria trabajando en las verdes praderas con mis amadas ovejas.
-¿Y está usted casado?-Preguntó con una sonrisa la señora.
-No, no, yo trabajo solo
-Ha de sentirse muy solo-Dijo la anciana mientras dirigía su mirada a su marido-He oído que los pastores no suelen pasar por lugares poblados.
-No se preocupe, yo vivo feliz con mis ovejas y con las estrellas.
-Las ovejas son buenas compañeras, pero nunca darán el amor de un humano, ¡Estrellas! jaja no se puede abrazar a una estrella- Rió simpáticamente la viejita.
-Mi mujer tiene razón, debería buscarse usted una esposa-Completó el anciano que ya había revisado a la oveja y buscaba el medicamento en una caja.
-Tal vez, pero quisiera encontrar a la mujer indicada, el pastoreo no da mucho tiempo para ello- Sonrió el pastor mientras tomaba la bolsa con la medicina dentro, que el anciano le estaba entregando, y le dio a cambio una moneda de oro.
La anciana se acercó al pastor y le dio un abrazo similar al que dan las abuelitas cuando el nieto termina su visita y se retira. Era uno de esos abrazos que desde niño no había sentido.
-Suerte en tu viaje joven pastor-Lo despidieron los ancianos.

Cuando el pastor regresó al campo, y después de sanar a su animal herido, se recostó a observar el cielo esperando a que anocheciera, y cuando el paisaje se hubo sumido en la oscuridad, vislumbró a esa pequeña estrella en la que siempre había confiado y extendió una mano hacia ella.


-Mi estrella, mi fiel estrella...-Cerró los ojos y se dirigió a donde estaban sus ovejas reposando, se acurrucó entre ellas y se sintió vacío, aún con el abrazo acolchonado de tanta lana, no pudo sentir el amor de su estrella.- Mi estrella, mi amada estrella...-Alzó entonces ambos brazos en dirección de aquel astro y con su luminosa silueta en sus pupilas dio un largo y profundo suspiro.- No dudo yo en imaginarme en el infinito cielo volando hacia ti, en verte entre mis brazos y sentir que tu luz no solamente me guía, si no que me acurruca en un cálido encuentro... No dudo yo en que me amas, así como yo te amo, igual al fuego que eres, pero por más que imagino mi piel es necia, mi piel es terca, ¡nunca hubiera yo necesitado el amor y nunca lo hubiera encontrado en una estrella tan lejana.!

Permaneció en silencio unos minutos, ¿o quizá fueron horas? Tal vez fueron segundos... hasta que bajó los brazos, se sentó en el húmedo pastizal y rompió en llanto, no un llanto audible al hombre, un llanto tan silencioso pero tan ardiente, tan penoso y tan interno, que solo el sol entendería, entonces cuando se calmó y antes de que el mismo día le arrebatara su amor, suspiró de nuevo.

-La anciana tiene razón, no se puede abrazar a una estrella...

Por Paola R.R. (Aurora)




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