martes, 25 de junio de 2013

No importa, mientras pienses que es hermoso.


"No importa, mientras pienses que es hermoso."

-P-pero... es algo oscuro , un tanto tenebroso...-

-¿Y cual es el problema?- Contestó inclinando la cabeza a un lado.
-Que... b-bueno... yo...- Titubee un poco.
-¡Vamos!- Sonrió colocando una mano sobre mi hombro.- No importa, mientras pienses que es hermoso.
-Bueno...- No estaba seguro, pero si ella lo decía no me podía negar, además yo mismo opinaba lo mismo, yo mismo no quería dejarlo.
-Si te hace sentir mejor, yo no pienso que esté mal.- Su sonrisa me dijo que eran palabras sinceras, cierto, no es algo que deba pensar que esté mal, después de todo bien, mal, correcto e incorrecto son palabras muy distorsionadas.

Tomé el pincel y retomé el dibujo, quería terminar el asunto y dejar el caso cerrado, pero no me tenía que apresurar, no quería hacerlo, me tomé la calma del mundo para sentir los colores y hacer que danzaran. Era un viejo árbol marchito con dos caras, una a cada lado, una sonreía y otra lloraba. Habían manchas de sangre negra que escurrían como sabia entre sus ramas y se deslizaban acariciando la madera.
Me parecía triste, un poco perturbador, pero realmente hermoso, cualquiera diría que tengo problemas, y los tengo, pero por eso mismo los quise plantar en el lienzo y deshacerme de ellos, no ignorándolos, no suprimiéndolos, simplemente dejándolos ser hasta hartarme de ellos.

Ella continuó viendo el dibujo, en silencio y con esa expresión de serenidad en el rostro. Las flores estaban algunas marchitas y otras de un color rojo seco, algunas tenían ojos en lugar de pétalos, otras lenguas, ciertamente era algo perturbador, o más bien incomprensible, pero ese era yo, era yo en esos momentos y no planeaba ocultarlo, ya no más.
Cuando por fin terminé voltee a verla apenada, mostrándole el lienzo, esperando a que no fuera a juzgarme, aunque ya me había dicho que no importaba que clase de cosas plasmara a ella no le molestarían.
-¿Q-qué te parece? - Murmuré con mi mirada al piso.
Ella se acercó y me rodeó con sus brazos, me estrujó contra su cuerpo y yo acaricié sus cabellos castaños.
-Es parte de tí, y yo te amo. Me parece hermoso.
-No, en serio, dime qué te pareció.
-Te lo digo en serio!- Reprochó. - Es realmente hermoso, ya lo dije, transmite parte de ti, puedo ser capaz de sentir tu arte, y amarte aún más, por que he conocido más de ti.
Me sonrojé y di unos golpecitos en su cabeza mientras se me escapó una risa.
-Entonces vamos, necesito un nuevo lienzo.- Reí mientras la tomaba de la mano.
-¿Aún te falta más?
-Si, me falta pintar el paisaje de día - Le sonreí y me regresó el gesto, la oscuridad quedó en el lienzo y salimos del viejo edificio, por fin tenía espacio para pintar luz.

miércoles, 12 de junio de 2013

El verdadero humano está extinto.

El verdadero humano está extinto.


Soy el reloj que nunca envejece, espectador de todo lo que existe.
Único poseedor de la piedra filosofal.
Durante milenios he observado el desarrollo de la raza humana, sus triunfos y sus tropiezos, sus cambios e involuciones.

Les contaré un mito que ante mis ojo aseguro que de mito solo tiene lo increíble, pues es incluso más real que eso a lo que han llamado ciencia.
Existió un tiempo en el que no existían tantos humanos poblando la tierra, éramos pocos, vivíamos en pueblos que se encontraban muy apartados unos de otros, éramos pequeñas familias de unas veinte chozas esparcidas por los terrenos del planeta, las habían en desiertos, en bosques y praderas, incluso me han contado que habían chozas sobre el mar, pero eso fue antes de que este reloj poseyera la piedra.

En aquellos tiempos habitaban más criaturas en la tierra, en el agua e incluso en el cielo, criaturas que ningún habitante de los tiempos modernos podría imaginar en sus cuentos y bestiarios y otras de las que se ha guardado registro.

Las familias danzaban alrededor de la fogata acompañados de instrumentos musicales más sofisticados que los actuales, no eran de viento ni de cuerdas, funcionaban con magia, aunque también se unían a la fiesta las flautas y los tambores, en algunas regiones sonaban las arpas y en otras campanas. Se cuenta, y yo se los afirmo, que el ser humano era distinto, no más salvaje, no más inteligente; era más amable y sabio.
Los hombres y los elfos bailaban a la par y no había más distinción que la apariencia y personalidad, el hombre era un poco más ambicioso y el elfo más sabio.

En aquellos tiempos las ondinas, las hadas, los gnomos, los koboldes, las salamandras y todo tipo de criatura mágica, convivían mano a mano con el equilibrio total. El hombre era parte de este equilibrio y era capaz de dominar los secretos de la alquimia, la herbolaria, la astrología y tantas artes más, las cuales le eran útiles para explotar su potencial mágico y artístico. En aquellos tiempos era normal hablar con los ratones y escuchar el consejo de los árboles, vivir longevamente, no recuerdo si vivíamos por cantidad o por calidad.
¡ Verdes eran los días en los que no dominábamos la tierra! ¡Días de gran dicha y prosperidad!
Te cuento a ti, hermano, que la raza humana se extinguió ya hace mucho tiempo, nuestros antepasados y nosotros no somos la misma especie.
No fue algo instantáneo, pero el tiempo y la amabilidad de la naturaleza terminaron con el corazón del hombre y la comodidad se convirtió en un vicio. Todo le era dado y las preocupaciones eran mínimas, las primeras generaciones se encargaban de agradecer propiamente a sus iguales y aportar al equilibrio con rituales llenos de prosperidad a la tierra, daban y recibían, cantaban y continuaban bailando, ellos se habían ganado tal armonía y la apreciaban y mantenían, todas sus luchas por vivir tranquilos habían dado frutos. Era algo que nos había costado y lo cual quisimos heredar a nuestros hijos.
La naturaleza, que todo le había dado al hombre, tenía fe en la magia que en sus genes había puesto, así pues, también puso en la mesa del hombre minerales inmunes al desgaste del tiempo, tiempo, que palabra tan curiosa, parece algo medible, cuando es tan infinito como la existencia misma. Éramos pocos los humanos que pudimos ver lo que había detrás de aquellas rocas cristalinas, sin saber lo que en verdad nos deparaban las tomamos y utilizamos la magia, se creó en ese momento la piedra filosofal, que fue guardada por uno de los hombres, pues el resto de ellos murieron.
Las siguientes generaciones comenzaron a perder el interés en conocer el por qué de las cosas y aceptaron simplemente el cómo era todo, habían sido educados para seguir los ritos y preservar la comodidad que con tanto esmero habían ganado sus antepasados.
Las criaturas del bosque comenzaron a temer, y se apartaron lentamente del hombre, el cual se dedicaba a disfrutar de su comodidad, la cual había engendrado en el planeta la oscuridad, una bruma que terminaría con los días de paz de hombres, plantas, elfos, ninfas, y otras criaturas acostumbradas al equilibrio, a este mal lo llamaron miedo.
Miedo a perder la comodidad, y así miedo a tantas cosas, miedo al cambio. El hombre comenzó a ser menos frecuente con la convivencia entre especies, pues estaba muy ocupado en los quehaceres cotidianos y las generaciones comenzaron a olvidar la magia, temían a ella, pues así como les había otorgado comodidad podía arrebatarla de sus manos en cualquier momento.
El hombre le temió a los animales, los animales le temieron al hombre, el hombre odió a la magia y la magia se apartó de él, con pena y resignación.
Los ritos se convirtieron en costumbres y las costumbres cambiaron, y poco a poco se fueron olvidando.
La codicia nació del miedo, y del vicio. La amabilidad de la naturaleza terminaría destruyéndola, así como la comodidad del hombre se convertiría en sufrimiento, miedo y tortura.
Cuenta el mito, y como portador de la condena filosofal te repito que es real, que el hombre se extinguió y nació la bestia.
La magia se perdió en el miedo, y el miedo trajo la destrucción.
Y el miedo que había imaginado el hombre, cobró vida y vidas cobró.

martes, 4 de junio de 2013

Necesitamos

Necesitamos 

-No lo entiendo mamá.
-¿Qué no entiendes Abram?
Mi mamá tejía un hermoso sweater verde que se uniría a su colección de ropa para vender, y yo seguía sin entender, vaya, qué curiosidad la mía.
-Tu haces ropa, el señor Owen tiene cultivos de frutas, Margarita es carpintera, Lucía es pintora, mi tío Oscar hace pozos de agua y papá es doctor. Todos se dedican a algo diferente.
Mamá dejó de tejer por un momento y me vio con cara de asombro.
-Si hijito, si, pero ¿qué es lo que no entiendes? Es normal que sean profesiones diferentes, todos necesitamos de los demás para vivir.
-Necesitamos.. necesitamos... - Repetía en voz alta mientras balanceaba mis pies en el banco.
-Si, necesitamos quien cultive comida para no tener hambre, necesitamos quien nos de agua para no tener sed, necesitamos ropa para que no nos de frío, necesitamos, pinturas para alegrar el espacio, necesitamos médicos para estar sanos, todos necesitamos de todos.

-Si mamá, si, si, eso si lo entiendo, lo que no entiendo es, si lo que necesitamos es a los demás ¿por qué necesitamos el dinero?"

Por: Paola R. R. (Aurora)